Este incidente revive en la memoria colectiva uno de los episodios más fascinantes de la historia del arte: el robo de la Mona Lisa en 1911. Aquel hurto, perpetrado por el italiano Vincenzo Peruggia, transformó a la pintura de Leonardo da Vinci en la obra más famosa del mundo. Paradójicamente, antes de ser robada, la Mona Lisa no gozaba de tanta notoriedad. Su desaparición durante más de dos años la convirtió en un símbolo global, al punto de que multitudes acudían al Louvre solo para contemplar el espacio vacío donde solía colgar el retrato.
El robo de Peruggia fue tan simple como insólito. Antiguo empleado del museo, conocía sus fallas de seguridad y aprovechó un día de cierre para retirar la pintura sin dificultad. Alegó motivos patrióticos, asegurando que quería devolver la obra a Italia, aunque investigaciones posteriores sugieren que planeaba venderla a coleccionistas. La Mona Lisa fue recuperada en 1913 y Peruggia solo cumplió unos meses de prisión. Lo que no imaginó fue que su acción haría de la pintura un ícono eterno.
Tomado de: https://www.bbc.com/
Hoy, más de un siglo después, los ladrones parecen haber aprendido una lección distinta. Los criminales ya no buscan pinturas célebres imposibles de vender, sino joyas y objetos valiosos que pueden ser fundidos o revendidos fácilmente. Las autoridades francesas temen que las piezas robadas —entre ellas una tiara y un collar que Napoleón regaló a su esposa— sean destruidas si no se recuperan en las próximas horas. El arte, que una vez fue el botín de los ladrones, ahora cede su lugar al brillo efímero de los diamantes.
